Leyendas del Antiguo Riobamba
Leyendas del Antiguo Riobamba:
Celos, Crimen y Profecía.
Actual Cantón Colta. Parroquia Sicalpa. Lugar en el que estuvo asentado Riobamba hasta 1.797. |
Al amanecer, Don Pedro despertó sobresaltado, aún le sonaban en el
subconsciente el eco de las palabras que un amigo le había dicho el día
anterior, Tu esposa anda en malos tratos con el franciscano. Abrió los ojos y vio todo negro, fue como si no los hubiese abierto porque unas nubes madrugadoras arruinaron el alba.
Miró al otro lado de la cama, su esposa estaba durmiendo, no podía ver su rostro pero lo conocía de memoria, la imaginó hermosa, sonriente, diciéndole que le amaba, y pensó: ¿será cierto lo que andan diciendo todos en el pueblo? Encendió un candil desvencijado y se dirigió a un anticuado armario de madera. En la penumbra, y junto al armatoste, estaba una vihuela que el insomne apenas advirtió. Con el mayor sigilo posible, se puso el pantalón negro apretado que utilizaba en los viajes, se calzó las botas de montar, se echó sobre los hombros la casaca de paño más abrigada que pudo encontrar en aquella maraña de ropa húmeda por el rocío.
Buscó el puñal de plata que había heredado de su padre. Mientras lo tuvo en sus manos, lo miró absorto por un momento. El metal brillaba con el reflejo de la luz del candil, lo envolvió con su pañuelo y lo guardó en el bolsillo interior de la casaca. Quería que su esposa no despertara, mejor no hablarle, mejor montarse en el caballo y desaparecer por el camino de Bodegas.
En eso, Pedrito se despertó rompiendo en llanto, doña Josefa se levantó a consolar al bebe que tenía apenas unos meses de nacido, entonces don Pedro no tuvo más remedio que despedirse con naturalidad, haciendo un gran esfuerzo para no parecer aturdido. Se puso el sombrero, caminó por el amplio corredor de la casa, se subió al caballo cenizo y se puso al frente de la caravana de cuatro criados que le acompañaron toda la vida. Al pasar por la iglesia del Señor del Buen Viaje en el barrio de Santo Cristo, los primeros rayos de luz espantaron las nubes madrugadoras. Era el miércoles primero de febrero de 1797.
Miró al otro lado de la cama, su esposa estaba durmiendo, no podía ver su rostro pero lo conocía de memoria, la imaginó hermosa, sonriente, diciéndole que le amaba, y pensó: ¿será cierto lo que andan diciendo todos en el pueblo? Encendió un candil desvencijado y se dirigió a un anticuado armario de madera. En la penumbra, y junto al armatoste, estaba una vihuela que el insomne apenas advirtió. Con el mayor sigilo posible, se puso el pantalón negro apretado que utilizaba en los viajes, se calzó las botas de montar, se echó sobre los hombros la casaca de paño más abrigada que pudo encontrar en aquella maraña de ropa húmeda por el rocío.
Buscó el puñal de plata que había heredado de su padre. Mientras lo tuvo en sus manos, lo miró absorto por un momento. El metal brillaba con el reflejo de la luz del candil, lo envolvió con su pañuelo y lo guardó en el bolsillo interior de la casaca. Quería que su esposa no despertara, mejor no hablarle, mejor montarse en el caballo y desaparecer por el camino de Bodegas.
En eso, Pedrito se despertó rompiendo en llanto, doña Josefa se levantó a consolar al bebe que tenía apenas unos meses de nacido, entonces don Pedro no tuvo más remedio que despedirse con naturalidad, haciendo un gran esfuerzo para no parecer aturdido. Se puso el sombrero, caminó por el amplio corredor de la casa, se subió al caballo cenizo y se puso al frente de la caravana de cuatro criados que le acompañaron toda la vida. Al pasar por la iglesia del Señor del Buen Viaje en el barrio de Santo Cristo, los primeros rayos de luz espantaron las nubes madrugadoras. Era el miércoles primero de febrero de 1797.
Hace algunos meses, cuando doña Josefa apenas se hubo restablecido del parto de su último hijo, asistió a misa para agradecerle a la Virgen de las Nieves el milagro de la nueva vida. Después de la eucaristía, se confesó con el padre franciscano Hermenegelio Rodríguez. Fue un desahogo providencial, el sacerdote fue el único amigo que habría de tener en toda la vida. Lo admiraba por su elocuencia de político y fama de santo. Tuvo tanta empatía con el religioso, que la joven señora lo invitó a que visitara su hogar: para estudiar algunos pasajes controvertidos de la Biblia, asistiera a los recitales improvisados de vihuela y le acompañara en las prolongadas ausencias del esposo comerciante y pulpero.
Doña Josefa entendió que no debía contarle a su esposo acerca de las visitas de fray Hermenegelio, debido a sus legendarios ataques de celos, que se habían agudizado desde que acechaba por Riobamba un tal Goríbar que enamoraba por igual solteras, casadas, viudas, monjas o muertas. Sin embargo, la esposa de don Pedro, nunca se imaginó que esta amistad habría de causar una controversia memorable.
Al conocer acerca de las visitas de fray Hermenegelio a espaldas del
comerciante, los desocupados de imaginación profusa divulgaron el
chisme: entre el cura y la mujer del pulpero había algo. La noticia se
propagó con la rapidez de un rayo y no tardó en llegar a oídos del
esposo. Para
la sorpresa de los chismosos, don Pedro no lo tomó mal, él conocía a su
mujer:¿Josefa reuniéndose a sus espaldas con el cura? Ni siquiera
podía imaginarlo.
Pasaron los días, el eco del chisme repetido mil veces comenzaba a sonar cierto, la polvareda que habían levantado los rumores pérfidos no dejaban respirar al comerciante, de modo que un día se sentó frente a su esposa, y mirándole directo a los ojos, le pidió que por favor le contase la verdad acerca del chisme. Ella contestó con evasivas. Fue entonces cuando urdió un plan para averiguar que había de cierto detrás de las habladurías de la gente.
Pasaron los días, el eco del chisme repetido mil veces comenzaba a sonar cierto, la polvareda que habían levantado los rumores pérfidos no dejaban respirar al comerciante, de modo que un día se sentó frente a su esposa, y mirándole directo a los ojos, le pidió que por favor le contase la verdad acerca del chisme. Ella contestó con evasivas. Fue entonces cuando urdió un plan para averiguar que había de cierto detrás de las habladurías de la gente.
Llegó el viernes, un inusual sol mordaz ahuyentó al áspero frío
andino. Por el cerro de Cushca, bajaba con parsimonia Don Pedro montado
en su caballo cenizo, traía puesto la misma casaca de hace dos días, una
barba naciente ennegrecía su rostro, le daba el aspecto de náufrago.
Mientras cabalgaba, palpó con insistencia el bolsillo interior de la
casaca, quería asegurarse que el puñal seguía ahí, en ese sitio y no en otro.
A quienes lo vieron entrar al pueblo, cerca de las nueve y media, les llamó la atención su aspecto lamentable, pensaron que el comerciante había sido atracado por salteadores. Nadie sabía que estaba solo porque dio la orden perentoria de que la caravana siguiera a Bodegas sin él, sus criados conocían bien el camino y el negocio. Mientras tanto, el se escondió en un cerro y esperó dos días completos.
En esas largas horas de incertidumbre, su mente no podía imaginar otra cosa que no fuera a Josefa retozando en su propia cama con el cura. A veces trataba de pensar en algo más, hacer las cuentas del negocio, dormir un poco o cualquier otra cosa, pero de pronto su mente se iba por caminos pedregosos ¿De qué hablarán? ¿Por qué su mujer habrá ocultado los encuentros con el cura? No, no podía ser cierto, y si lo era, la mentira deliberada acerca de sus encuentros con el religioso, probaba, sin la menor duda, el adulterio de su mujer.
A quienes lo vieron entrar al pueblo, cerca de las nueve y media, les llamó la atención su aspecto lamentable, pensaron que el comerciante había sido atracado por salteadores. Nadie sabía que estaba solo porque dio la orden perentoria de que la caravana siguiera a Bodegas sin él, sus criados conocían bien el camino y el negocio. Mientras tanto, el se escondió en un cerro y esperó dos días completos.
En esas largas horas de incertidumbre, su mente no podía imaginar otra cosa que no fuera a Josefa retozando en su propia cama con el cura. A veces trataba de pensar en algo más, hacer las cuentas del negocio, dormir un poco o cualquier otra cosa, pero de pronto su mente se iba por caminos pedregosos ¿De qué hablarán? ¿Por qué su mujer habrá ocultado los encuentros con el cura? No, no podía ser cierto, y si lo era, la mentira deliberada acerca de sus encuentros con el religioso, probaba, sin la menor duda, el adulterio de su mujer.
Aquella mañana nefasta, a pesar que tenía asuntos pastorales que
atender luego de misa, fray Hermenegelio aceptó la invitación a los
proverbiales desayunos de doña Josefa, que con frecuencia eran en el
patio de la casa. Durante la sobremesa, la mujer manifestó con
entusiasmo de artista principiante, que le gustaría que el cura
escuchase unos acordes en verso interpretados con la vihuela.
Eran cerca de las diez de la mañana, doña Josefa vio que el franciscano se estaba cocinando dentro de la túnica marrón, de modo que le invitó a que entrara en la casa, mientras ella fue por Pedrito que acababa de despertar, y lo sentó en una impecable alfombra, el niño comenzó a jugar. La mujer mientras tanto, cerró las ventanas de cristal para espantar al calor inclemente, además por pudor de artista escrupuloso, para que los vecinos no escucharan el recital matutino de vihuela.
Cuando apenas había comenzado a rasguear el instrumento, se escuchó el golpe seco de la puerta al abrirse con violencia. En el umbral, apreció don Pedro Antonio Soria con la mirada atónita, estaba rojo de ira y maltratado por la intemperie. Sin decir una sola palabra buscó en el interior de su casaca, empuñó el arma vengadora. Fray Hermenegelio sollozó con fuerza ¡Hijo, esto no es lo parece! Fueron sus últimas palabras. El comerciante arremetió contra el cura hiriéndole de muerte. La rabia de los celos le alcanzó para hundir el puñal en el pecho de su esposa.
Luego de asesinarlos, Don Pedro se derrumbó sobre la alfombra mirando la escena. Estaba como hipnotizado por los cadáveres frescos que estaban yertos sobre la alfombra. Una criada, que había escuchado el retumbar de la puerta, se acercó con celeridad. Apenas vio los cadáveres exánimes y al pulpero impávido sentado junto a ellos, echó un grito que devolvió al asesino a la realidad. El bebé Pedrito se asustó y rompió en llanto. Solo hasta entonces don Pedro se dio cuenta de que su hijo había presenciado el crimen.
Eran cerca de las diez de la mañana, doña Josefa vio que el franciscano se estaba cocinando dentro de la túnica marrón, de modo que le invitó a que entrara en la casa, mientras ella fue por Pedrito que acababa de despertar, y lo sentó en una impecable alfombra, el niño comenzó a jugar. La mujer mientras tanto, cerró las ventanas de cristal para espantar al calor inclemente, además por pudor de artista escrupuloso, para que los vecinos no escucharan el recital matutino de vihuela.
Cuando apenas había comenzado a rasguear el instrumento, se escuchó el golpe seco de la puerta al abrirse con violencia. En el umbral, apreció don Pedro Antonio Soria con la mirada atónita, estaba rojo de ira y maltratado por la intemperie. Sin decir una sola palabra buscó en el interior de su casaca, empuñó el arma vengadora. Fray Hermenegelio sollozó con fuerza ¡Hijo, esto no es lo parece! Fueron sus últimas palabras. El comerciante arremetió contra el cura hiriéndole de muerte. La rabia de los celos le alcanzó para hundir el puñal en el pecho de su esposa.
Luego de asesinarlos, Don Pedro se derrumbó sobre la alfombra mirando la escena. Estaba como hipnotizado por los cadáveres frescos que estaban yertos sobre la alfombra. Una criada, que había escuchado el retumbar de la puerta, se acercó con celeridad. Apenas vio los cadáveres exánimes y al pulpero impávido sentado junto a ellos, echó un grito que devolvió al asesino a la realidad. El bebé Pedrito se asustó y rompió en llanto. Solo hasta entonces don Pedro se dio cuenta de que su hijo había presenciado el crimen.
Antiguo Riobamba. Ruinas del convento de San Francisco Fotos: XavierEs |
Pedazos del Antiguo Riobamba |
La noticia se divulgó en cuestión de minutos. A la casa del pulpero
llegaron las autoridades competentes para las diligencias de rigor,
acompañados por una turba de chismosos, curiosos y devotos que se
persignaban mirando al cielo.
Era tal la conmoción, que nadie se había hecho cargo del bebé Pedrito, que estaba sentado junto a su madre ensangrentada. Ante el asombro de todos, el niño empezó a dibujar líneas y hasta figuras geométricas utilizando como tinta la sangre de las víctimas. Luego se durmió teñido de bermellón, los parpados cerrados le titilaron como luceros de carne viva. Parecía atrapado en una gran biblioteca hexagonal cuya puerta de entrada y salida conducía a otra biblioteca exagonal.
El bebé estaba paralizado por un trance. Ni en la casa, ni en el patio se escuchaba un solo susurro, hasta las aves y el viento se callaron. De pronto, el niño los enmudeció aún más de asombro, se paró sobre sus inútiles pies de bebé y dijo: Mañana se encargará el río Sicalpa de lavar la sangre de estas dos víctimas inocentes, cuando el Cushca se derrumbe sobre la ciudad.
El siguiente día, sábado 4 de febrero de 1797, alrededor de las siete de la mañana, un terremoto de proporciones apocalípticas destruyó
a Riobamba. Los sobrevivientes de la tragedia habrían de recordar con
horror la profecía del niño clarividente, cuando comprobaron que el
cauce del río Grande fue desviado por la caída del cerro Cushca. Su
corriente, sombría desde entonces, fluye por la tierra que sepultó al
barrio la Merced, justo por el lugar en el que estaba la casa de don
Pedro Antonio Soria.
Comentarios
Publicar un comentario