La noche de las voladoras
La noche de las voladoras
La media noche había pasado hace una
hora, un militar con ojos de cuy espantado entró en la vieja cantina, la que estaba
junto a la plaza central de Chambo, esa mismo. Los trasnochadores, que bebían una botella
sin etiqueta de trago recién destilado mientras jugaban cuarenta, lo vieron
entrar asustado, titubeante, como si alguien lo siguiera, como si lo estuvieran
mirando desde más allá de la oscuridad.
̶
¿Qué
le pasó mi Cabo Loza? – Preguntó uno de los que jugaban cuarenta.
La bulla y algarabía de la farra noctámbula de pronto se silenció cuando sin responder la pregunta, el militar se dejó caer sobre la silla de una mesa vacía.
̶
Don
Cuji, deme una botellita de cinco sucres –. Se dirigió al cantinero, luego sacó
el dinero de su bolsillo, y ante la mirada expectante de los trasnochadores, lo
arrojó sobre la mesa.
Por una puerta de madera con armellas de acero, áspera, destartalada, Don Cuji ingresó al interior de la
casa de paredes de adobe cuarteado, sin tardarse más de un minuto, regresó con una
botella que tenía una copa de vidrio volteada sobre su pico, la depositó sobre
la mesa del militar, recogió las monedas y regresó a su puesto de trabajo, una
mesa avejentada a punto de caerse.
El Cabo Loza trastornó en su garganta dos tragos seguidos sin respirar.
̶
Ni
saben lo que nos acaba de pasar – dijo de pronto el militar, concitando la
atención incluso de los que estaban jugando cuarenta.
Iglesia de Chambo |
Era
cerca de la media noche, el Cabo estaba comandando un patrullaje de
rutina en la afueras de Chambo. El pelotón sigiloso caminaba por el
barrio San
Juan, apretando las espadas, en estado de alerta, ¿Será cierto que estos
indios brutos se van a aliar con los montoneros? De pronto, el soldado
Chafla
le advirtió aterrado ¿Qué es eso que viene volando por ahí, mi Cabo?
Otro
soldado, que nunca identificó quién
mismo fue, gritó ¡Mierda, es una bruja! Entonces todos se asustaron,
algunos
salieron corriendo y hasta la presente copa de trago, el Cabo no sabía
en donde
fueron a parar.
̶
Yo
– se golpeó el pecho con fuerza – si hubiese tenido un fusil, seguro le bajo de
un tiro, pero solo teníamos espadas – dijo, luego se tomó otra copa de trago,
una gota le resbaló por la barbilla, los trasnochadores lo miraban con
atención.
̶
¿Y
qué hicieron mi cabo? – preguntó otro de los que jugaban cuarenta.
̶
Fue
cuestión de un instante – dijo fuera de sí, como si estuviera hablando con
alguien más, como si no fuera con ellos. – No pasó más de cinco o diez minutos.
En medio del despelote, yo trataba de calmar a la tropa, ¡No corran so pedazo
de gallinas! En eso, le veo al soldado Freire, que ha sido chambeño, yo no he
sabido, que coge dos espadas, se lanza pecho tierra y abre los brazos en forma
de cruz, cuando la bruja estaba pasando justo por ahí, cae del cielo y se dio
un suelazo tan fuerte, que quedó bien lastimada, le hubieran visto, pero se
curó enseguida bebiendo algo que sacó de una bolsita que traía colgada de
hombro.
̶
¿Y
quién ha sido la voladora, mi Cabo? – volvió a preguntar el que jugaba cuarenta.
̶ El
soldado Freire dice que es Doña Estela ¿Yo? Primera vez le veo – Respondió,
luego, sacó una cajetilla de tabacos del bolsillo de su derruida chaqueta de militar espantado.
̶ Con
razón sabía las últimas noticias que pasaban en Quito, – comentó el que servía
el trago.
̶
¿Cómo
es eso? – preguntó el Cabo, luego prendió el cigarrillo.
̶
Es
que la vecina que usted dice mi Cabo, sabe todo sobre la guerra entre el
gobierno y los montoneros, antes de que las noticias lleguen por acá
¿No
ve? Es que ha sabido ir volando a Quito, se entera de las noticias y
luego
regresa a contarlas aquí en Chambo. Es lo que dicen las malas lenguas –
respondió el que repartía el trago .
̶ ¿Y
qué les hizo la bruja mi cabo? – preguntó Don Cuji, interesándose por
la historia. El cabo se sirvió otra copa con avidez y su voz empezó a
enrarecerse.
̶ Nada,
antes, el soldado Freire le ha sabido conocer, le pidió disculpas, le dijo que
pensó que era otra bruja, la vecina María.
̶ ¿Y
qué le dijo la bruja mi cabo? – preguntó uno de los que iban ganando en el
cuarenta.
̶
Nos
miró a todos con atención, como fichándonos, nos preguntó nuestros nombres y se
fue advirtiéndonos, que si no queremos que nada malo nos pase a nosotros, o a
nuestra familia, mejor no digamos a nadie que ella es bruja y que puede volar.
Esto
fue lo último coherente que dijo el Cabo,
después, ya fuera de tono y arrastrando las consonantes empezó a
desvariar, se olvidó
de la voladora, habló de su tierra, de qué les iban a ganar la guerra a
esta sarta montoneros ateos, de su mujer, de sus hijos, hasta que se
quedó
inconsciente, tendido sobre la mesa, con la copa de trago vacía en una
mano, la colilla de cigarrillo apagada en la otra y junto a él, la
botella de puro vacía sobre la mesa.
Luego de que esto ocurriera, la bulla de la
farra se reanudó. El que estaba prendido se volvió a prender, y los que jugaban
cuarenta reiniciaron la partida. No pasó ni quince minutos cuando entraron unos
militares de estatura pequeña, con el uniforme derruido, sin decir una sola
palabra se llevaron al Cabo.
̶ Desde esa noche no hemos visto al cabo Loza señor Comisario,
no sabemos el nombre de los militares que se lo llevaron, tampoco a dónde ¡Se lo
juro!
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