El Hombre Compactado con el Demonio*
El Hombre Compactado con el Demonio*
Una densa penumbra nocturna ensombreció San Andrés. Como rata saliendo de alcantarilla, Juan Luis Barrionuevo, mejor conocido como el Rucho, apareció por el lado más oscuro del pueblo. Era el antisocial más popular de los alrededores, había visitado la cárcel en varias ocasiones por cuentero, ladrón y asesino. Sin embargo, sus culpas, por lo general, eran pagadas por terceros, debido a sus legendarias argucias verbales, que fueron su característica más relevante. Su aspecto era el de un mestizo cualquiera, con barba rala. Nadie recordaba haberle visto jamás sin sus gafas oscuras, las mismas que usó desde la mala hora en que le sacaron el ojo derecho, en un pleito.
Más temprano, en la tarde del día que desapareció, los vecinos vieron pasar al Rucho por el centro del pueblo, con ese caminar pausado que le caracterizaba, y siempre puesto las gafas de gánster italiano. A su paso, los vecinos de San Andrés escondían a sus hijas, luego empuñaban el revolver o el machete. Ellos estaban seguros de que si rondaba por ahí, algo malo iba a pasar. Barrio nuevo era ave de mala güero.
En efecto, aquella noche funesta se perpetró un asesinato que tuvo la particular firma del delincuente engafado. Un jefe de policía de pocas pulgas montó un operativo en el que participaron todos los efectivos policiales del pueblo. Buscaron hasta por debajo de las piedras, con un empeño tal, que lograron detener al Rucho. Esta vez ni su legendario don de palabra pudo salvarlo. El jefe policial decidió desaparecerlo de por vida sin el consentimiento de nadie, a la final ¿Quién iba a extrañar a semejante lacra social?
De modo que, muy entrada la noche, le condujeron cerca del puente del río Huayco. Estaban sobre una quebrada, uno de los agentes realizó el nudo de ahorcado y se lo puso en torno a la garganta. Los policías dejaron caer al Rucho que estaba llorando para ver si conmovía a sus verdugos, pero fue inútil. Por unos segundos sintieron en la cuerda la tensión normal de las patadas al aire, de pronto se rompió por el lado más débil y el Rucho cayó al vacío. Los policías descendieron de inmediato para buscar el cuerpo, mas nunca apareció. En medio de la confusión del momento, uno de los agentes declaró que era imposible que un mortal pudiese sobrevivir a semejante caída. Lo dieron por muerto.
Parque Central e Iglesia de la parroquia San Andrés. Fotos: Xavieres |
En efecto, aquella noche funesta se perpetró un asesinato que tuvo la particular firma del delincuente engafado. Un jefe de policía de pocas pulgas montó un operativo en el que participaron todos los efectivos policiales del pueblo. Buscaron hasta por debajo de las piedras, con un empeño tal, que lograron detener al Rucho. Esta vez ni su legendario don de palabra pudo salvarlo. El jefe policial decidió desaparecerlo de por vida sin el consentimiento de nadie, a la final ¿Quién iba a extrañar a semejante lacra social?
De modo que, muy entrada la noche, le condujeron cerca del puente del río Huayco. Estaban sobre una quebrada, uno de los agentes realizó el nudo de ahorcado y se lo puso en torno a la garganta. Los policías dejaron caer al Rucho que estaba llorando para ver si conmovía a sus verdugos, pero fue inútil. Por unos segundos sintieron en la cuerda la tensión normal de las patadas al aire, de pronto se rompió por el lado más débil y el Rucho cayó al vacío. Los policías descendieron de inmediato para buscar el cuerpo, mas nunca apareció. En medio de la confusión del momento, uno de los agentes declaró que era imposible que un mortal pudiese sobrevivir a semejante caída. Lo dieron por muerto.
Iglesia de San Andrés. |
Cuando la noche del funeral parecía más tranquila que nunca, de pronto, en la sala irrumpió una nube de catzos negros, seguido de un ventarrón gélido que apagó veladoras, candiles y mechones, dejando la choza a oscuras. Esto paralizó de miedo a los perplejos asistentes de las sobrenaturales exequias, que escucharon un sonido de ultratumba que pareció provenir del subsuelo, los más temerarios trataron de encender fósforos, pero sin razón aparente, se les apagaban entre los dedos. Luego de unos minutos de zozobra, la calma se restableció.
A quienes les ganó la curiosidad sobre el miedo, se acercaron al féretro para constatar el estado del cuerpo. Desapareció. Los restos del Rucho fueron reemplazados con piedras, y el ataúd fue enterrado sin ceremonias. Los más suspicaces concluyeron que a Juan Luis Barrionuevo se lo llevó el mismísimo diablo, en carne y hueso, directo al infierno.
A quienes les ganó la curiosidad sobre el miedo, se acercaron al féretro para constatar el estado del cuerpo. Desapareció. Los restos del Rucho fueron reemplazados con piedras, y el ataúd fue enterrado sin ceremonias. Los más suspicaces concluyeron que a Juan Luis Barrionuevo se lo llevó el mismísimo diablo, en carne y hueso, directo al infierno.
Parroquia San Andrés, Provincia de Chimborazo |
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